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06 Abr 1934 — 27 Feb 1999
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Biografía Horace Tapscott

Para reafirmar nuestra experiencia de la realidad es necesario aceptar todo con discontinuidad. Si tenemos la suerte de escabullirnos entre la parafernalia de la sociedad hipermoderna, y el conocimiento relativo de nuestros sentidos, encontraremos que no existe el constante aprendizaje. El conocimiento verdaderamente valioso surge de la espontaneidad y el desenfreno. La sabiduría es un desequilibrio diacrónico.

La música de Horace Tapscott (1934-1999) sobrevivió mediante un gotero de experiencias. Criado en una sociedad marginada por el racismo y la soledad, el joven Tapscott contó entre sus armas con la música y el cariño de su madre para atenuar el paso de cada día. Ignorado por los grandes sellos de su tiempo, Tapscott encontró un refugio en las raíces de la cultura afroamericana. Había soñado recientemente con escapar, con ser perseverante en una lucha que, de antemano, estaba perdida. Ser un músico de jazz en Los Ángeles, no era, ni es, una buena idea. Su música favorita, la música hecha por afroamericanos, tal como la conoció, estaba rastreando sus pasos en el polvo, permanecía segregada, destinada a pequeños atisbos de originalidad. Dentro de poco podrían escucharse “bandas de robots” y nadie hacía nada por evitarlo.

El “árbol oscuro” es la figura central de la experiencia tapscottiana. La suma recóndita de la música afroamericana tal como la entendió Tapscott está presente en The Dark Tree (grabado en el Catalina Bar & Grill, de Hollywood, en 1989, y lanzado en 1991, con pocas reediciones). Allí existe todo lo que alguna vez haya escuchado. Constante palpitar de raíces ejecutadas con la libertad de sus dedos. Desde el blues hasta el free jazz pasando por absolutamente todo lo que exista en medio de los dos. Resulta inevitable recordar que todas las ramas entrelazadas en su presentación corresponden a la discontinuidad del árbol. Cada experiencia se dirige con rigor, hacia el lado contrario, o mejor aún, hacia el lado reflexivo de la anterior. Como las espirales de Bach, las tonalidades tanto conceptuales como musicales, alcanzan en sí mismas al tema, aunque ahora se dejan sobrepasar, aunque ahora sean mucho más libres. Es como escuchar las variedades de una tradición descrita por la inconstancia de sus multiplicidades. A esto sólo puede corresponderle el ingenio de un hombre y su piano (la compañía de Andrew Cyrille, el sosegado esplendor de las improvisaciones de John Carter, y la inquietante movilidad de Cecil McBee en el bajo no son desprovistas de todas sus virtudes aquí, pero sería imposible explicarlas sin la influencia directa de Tapscott). Las pistas, por supuesto, ofrecen un conocimiento discretamente meditabundo y cerciorado de la tradición tal y como se escribe al momento de improvisar; es una relación rizomática. Evoluciones que se persuaden por el natural hecho de estar conectadas.

Si quiere saberse lo que ocurre cuando los espectros musicales de diversos estilos se encuentran, es muy probable que la música y las raíces del “árbol oscuro” ofrezcan una imagen adecuada del fenómeno. Ventanas sucias, portones de madera anticuados, pisos de hormigón erosionados por el viento y los pasos de la gente, callejuelas húmedas donde aguardan todo tipo de desagradables sorpresas, ejercicios militares que llevan de la boca a los pasos el mismo ritmo aletargado, perpetuos compromisos con la comunidad local de afroamericanos, la búsqueda exhaustiva de la espiritualidad en una mezcla de factores que reafirmarían nuestra fe en las mentiras; y sobre todo, una creencia invaluable en la claridad de la música para compartir experiencias.

¿Existe un arte donde la enseñanza y el aprendizaje sea más espontáneo y más libre que en la música? El sonido es un conocimiento único, porque en él conviven desequilibrios sistemáticos. El tiempo discurre entre los sonidos sin revelarnos demasiado. Cuando un sonido nos sorprende tendemos, de hecho, a escucharlo varias veces en un intento por comprender ya no su naturaleza, sino su progresivo desenlace dentro del espacio. Esa convivencia armónica del desequilibrio degenera en profundidades semánticas audibles únicamente para aquellos que se atrevieron a escucharlas en principio.

Alguna vez Horace Tapscott declaró que la única intención verdadera de su música era crear “algo que proviniera directamente de su herencia; algo que pudiera compartir con todo el mundo”. The Dark Tree es un caso sumamente particular de sabiduría: en él, en la memoria de un sólo individuo, al que todavía se le niega la inmortalidad, subsiste la más primitiva necesidad del hombre: comunicar algo –una especie de humanidad– desde su intuición, su libertad y su juicio.

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